Ser cenizas
Claudia Barrionuevo [email protected] | Lunes 03 diciembre, 2012

Ahora que devolvimos a don Leopoldo a la tierra, a su tierra, entiendo la importancia de eso. Las ceremonias siempre nos ayudan a seguir
Ser cenizas
El día que mi papá fue incinerado y a la misma hora, se realizaba el acto de graduación de mi hija Manuela. Mi mamá y yo asistimos a esa ceremonia de vida. Don Leopoldo hubiera hecho lo mismo.
Días antes, tres de sus cuatro hijos estábamos a su lado en el hospital. Sabíamos que se iba. El también. Siempre manifestó su deseo de ser cremado. “¿Qué hacemos con tus cenizas?”, le pregunté. Mal hablado hasta el final respondió que las tiráramos a la mierda.
Sin embargo su esposa lo había escuchado más de una vez decir que quería regresar a Argentina.
No he visto muchos muertos en mi vida. No me gusta en lo absoluto observar el envase vacío, la ausencia total de la existencia. No es que sea impresionable es que el morbo no va conmigo. Así que encontrarme con las cenizas de mi padre no era un deseo cumplido. Sin embargo no me disgustó verlo convertido en polvo blanco y gris. Aunque al principio estaba convencida de no querer tocarlas, accedí a cumplir el acto simbólico de tomar un puño de cenizas y esparcirlas por el suelo.
Mi experiencia en incineraciones es nula. Mi amiga Graciela me había comentado cómo eran las cenizas y había cumplido el acto de liberación de su marido, tanto en Francia como en Costa Rica. Ahora que devolvimos a don Leopoldo a la tierra, a su tierra, entiendo la importancia de esa ceremonia.
Mi papá era alto y gordo. La caja plástica en la que trasladaron sus restos a Buenos Aires era bastante grande. No lo suficiente como para que cupiera entero. Algo de él quedó en Costa Rica.
Este año mi tía y mis primas cumplieron con el ritual de devolver a mi abuela a su pueblo natal, Ayacucho. Compartiendo experiencias me contaron que las cenizas eran apenas un puñito. Y eso que mi abuela no era pequeña.
A diferencia de Costa Rica donde la cremación es carísima en Argentina es gratuita. Se entiende: no solo no hay lugar en los cementerios, a las tumbas hay que darles mantenimiento lo cual es caro y difícil a medida que los descendientes pasan a ser también huéspedes de la tierra.
En un relato de Lorrie Moore de su libro “Pájaros de América”, la protagonista no logra superar la muerte de su gato y conserva sus cenizas en una lata sobre la chimenea. Cuando logra hacer el duelo, el día de Navidad, suelta los restos de Bert en el jardín. Su marido está convencido que en el caso de los animales las incineraciones son en masa y los restos, mezclados, se reparten proporcionalmente: dos cucharadas por gato, tres por perro, media por un canario…
Por razones de costos lo más posible es que las cremaciones en Argentina sean masivas y los restos de mi abuela se habrán confundido con otros. Puede ser. No tiene mucha importancia en realidad. Lo que sí es relevante, ahora lo sé, es cerrar, cumplir, despedirse, liberar. Las ceremonias siempre nos ayudan a seguir.
Claudia Barrionuevo
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