Nuevas aplicaciones y ludismo de siempre
Rodolfo Piza | Miércoles 24 febrero, 2016
Los nuevos luditas se oponen a la industrialización, a la automatización, a la informática, a las nuevas tecnologías
Nuevas aplicaciones y ludismo de siempre
Se cuenta que allá por 1779, en Inglaterra, un tal Ned Ludd rompió dos telares como protesta contra las máquinas que vendrían a destruir el trabajo de los artesanos. Su ejemplo sirvió para inspirar un movimiento de “artesanos” e “hilanderas”, bajo el nombre de “luditas”, que protestaban contra la revolución industrial y las “máquinas que destruían sus empleos”.
Un siglo después, cuando apareció el alumbrado eléctrico, el problema se planteó para los productores de candelas y para los “canfineros” que encendían las farolas. Luego siguieron los recolectores manuales contra los tractores y las máquinas segadoras; los “estibadores” contra las grúas y los contenedores en los puertos, siempre con el argumento de que venían a destruir sus empleos y sus convenciones colectivas. Tenderos y dependientes luchan contra las compras por Amazon o Alibabá; y las compañías eléctricas y telefónicas, ven con preocupación el uso generalizado de los paneles solares en los tejados o el uso de plataformas de comunicación alternativas (“Whats App”, etc.). Los transportistas públicos, por su parte, luchan contra las nuevas modalidades de transporte disponibles, etc.
Hoy, las batallas se dan contra las nuevas aplicaciones tecnológicas con el argumento de que pueden destruir empleos o servicios, legal e históricamente establecidos. Los nuevos luditas se oponen a la industrialización, a la automatización, a la informática, a las nuevas tecnologías; por el temor de que ellas puedan afectar sus trabajos, sus ingresos o sus contratos.
No es extraño, entonces, escuchar que en este mes de febrero en México, Colombia o Costa Rica; se agredió a conductores de carros que tratan de ganarse la vida prestando servicios de transporte mediante una aplicación (una “app”) de uso universal.
Como las leyes se establecieron bajo esquemas del pasado, es posible que ellas protejan modalidades tradicionales y que se acuda a ellas para tratar de impedir el progreso y la aplicación de nuevas tecnologías o modalidades de prestación de servicios. En algunos casos, los grupos afectados podrán atrasar la adopción de los cambios inevitables, pero no podrán impedirlos. Ciertamente habrá que respetar esas leyes, pero habrá que interpretarlas ampliamente y tratar de ajustarlas a los tiempos que corren. El derecho puede y debe moldear el progreso tecnológico y la actuación humana, pero no puede ni debe impedirlos.
Podemos aullarle a la luna y hasta podremos escondernos para no ver su luz, pero no vamos a impedir que ella siga alumbrando a los demás. Podríamos retrasar el uso de nuevas aplicaciones, pero ello afectará a los usuarios (las restricciones siempre elevan los costos para ellos), atrasará nuestra integración con el mundo y, en cualquier caso, no podrá impedir su uso razonable. Aunque tuvieran éxito los cañonazos dirigidos contra una empresa, como cabeza visible de ese proceso, no impedirán el nacimiento de otras tantas equivalentes.
Cuando no estén de por medio la dignidad y la condición humanas, habremos de acoger, impulsar y adaptarnos a la ciencia, a la tecnología y al progreso, so pena de convertirnos en estatuas de sal.
Rodolfo E. Piza Rocafort
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