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Jueves, 20 de febrero de 2025



COLUMNISTAS


¿Sujeción a reglas o al poderoso?

Miguel Angel Rodríguez [email protected] | Lunes 17 febrero, 2025


La evolución de la organización social podríamos simplificarla a manera de una caricatura, como el devenir del poder al transcurrir desde el simple mandato del jefe hasta el reino de las normas.

La pequeña tribu compuesta de unas pocas familias se organiza bajo el poder de una o pocas personas que responden a las urgencias del momento. Con la agricultura y la urbanización van surgiendo reinos y luego imperios que se expanden y dominan mediante la fuerza, bajo el poder de su conductor. En Europa con la caída del Imperio Romano el poder se fragmenta en feudos, que siglos después se unen en los estados nacionales.

Así, de nuevo se concentra el poder en la voluntad de quien dirige la nación. “El estado soy yo” declara Luis XIV.

En la evolución que llega a nuestros días se va configurando la democracia liberal donde el poder concentrado en el estado solo se debe ejercer de conformidad con las reglas previamente establecidas, de generalizado cumplimiento, y que incluso limitan el poder del estado.

Es la solución que va surgiendo con revolución y con evolución, con acciones conscientes y con la evolución espontánea que surge de la interacción humana, de la innovación y la imitación de acciones exitosas personales y colectivas.

Así surge la sociedad tolerante, consciente de los derechos humanos, con afanes de racionalidad, con personas educadas, con capacidad de crear riqueza y paliar la pobreza, con avances antes impensables en disminución de la mortalidad infantil, extensión de la esperanza de vida y eliminación de la pobreza que paso a paso la humanidad ha venido construyendo durante milenios, con pensamiento, sudor y sangre, a brincos y paso a paso, con avances y retrocesos.

Una sociedad con valores fundamentales de muy generalizada aceptación que inspiran y justifican éticamente las reglas generales que se van estableciendo. En Occidente son los valores de la herencia judeocristiana, greco-romana, que con el encuentro de civilizaciones en América se enriqueció con la convivencia de razas y creencias, con el respeto fundamental a la igualdad intrínseca de todas las personas, a su dignidad, a su libertad, a igual trato ante la ley y con un deber de mutua solidaridad por la sociabilidad inherente a los seres humanos y la herencia común que de la que disfrutamos.

Para los cristianos es el llamado a la fraternidad, a amarnos unos a otros.

La democracia liberal está asentada en un sistema electoral que refleje la voluntad de las personas, en el estado de derecho que protege con normas generales los derechos patrimoniales, políticos y civiles de todos y en una cultura capaz de controlar el poder del estado, una cultura centrada en la dignidad y la libertad de todas las personas.

Es evidente que no rigen sociedades así conformadas en todas, y ni siquiera en la mayoría de las naciones. The Economist señala en su clasificación de los gobiernos que solo un 8% de la población mundial está regida por democracias plenas.

Es igualmente evidente que las democracias plenas están lejos de ser perfectas. En ellas personas con poder económico, político, académico, social o religioso tienen una influencia a veces desproporcionada en el uso del poder estatal, en la generación, interpretación y aplicación de las reglas. Y tristemente desde la caída de Adán y Eva el pecado, la corrupción, existe. Se abusa del poder en provecho indebido de quienes de alguna manera lo detentan.

Pero. ¡que extraordinario es el avance desde el poder basado en la voluntad del jefe hasta el poder normado, dividido, controlado!

En el campo de las relaciones entre estados también el avance ha sido monumental.

Después de la II Guerra Mundial la institucionalidad internacional que se generó ha sido testigo del mayor crecimiento jamás gozado en la capacidad de la humanidad para satisfacer las necesidades de las personas. Y ha logrado el período más pacífico de la historia medible, a pesar de guerras y conflictos, a pesar de los enfrentamientos de una Guerra Fría y de guerras regionales localizadas.

Unas relaciones internacionales que superaron la Paz de Westfalia fundada en la soberanía territorial de las naciones en Europa y en otras pocas regiones, y en el equilibrio entre potencias.

Se construyó una institucionalidad para defender la paz, para promover el progreso, defender los derechos humanos y generar comercio entre las naciones. Toda una institucionalidad que ha pretendido ir evolucionando para lograr que las naciones en todas sus interrelaciones actúen sometidas a reglas y no a la voluntad de los poderosos.

Claro que es un orden en el cual existen hegemonías. En el cual las súper potencias gozan de privilegios, y con mayor facilidad y menores consecuencias pueden acomodar las reglas a sus intereses.

La globalización y la institucionalidad internacional son entes recién nacidos. Apenas en la cuna necesitando el biberón. Su desarrollo está por venir.

Pero su existencia es un avance fenomenal y una esperanza para la paz y el progreso de la humanidad.

Como nación pequeña, desmilitarizada, sin poderío material, Costa Rica está llamada a defender el orden internacional basado en las normas que limitan el ejercicio del poder de los estados, de las naciones, de las personas. De ello depende nuestra soberanía, nuestra paz, nuestra seguridad.

Debemos reconocer con realismo el poder de los estados poderosos y de las empresas multinacionales que determinan hoy el resultado de muchas de nuestras acciones. Pero debemos siempre privilegiar el gobierno de las reglas antes que el dominio de la voluntad de los poderosos.

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