Niños genios
Mishelle Mitchell [email protected] | Jueves 29 junio, 2017

Niños genios
Como si fueran mercancías de exhibición en un escaparate, los niños y niñas de un número creciente de hogares son sometidos a extenuantes jornadas de estudio y actividades para convertirlos en geniecillos, pequeñas personas sabelotodo. Sumergimos a los niños y niñas en una espiral de actividades para estimular su inteligencia, con el peligro de que cada vez reservamos menos tiempo a la más natural forma que tienen para aprender y socializar: el juego.
Y es que el juego, además de ser el mecanismo innato de desarrollo cognitivo, es un derecho fundamental para la niñez. No obstante, poco a poco, los adultos restringimos esos espacios y los sustituimos con una intensa carga académica y extracurricular.
Apenas con meses, los bebés son iniciados en clases de estimulación, natación, música… Exponemos temprano sus sentidos al ABC, al 1, 2, 3, al “Yes” y al “Oui”.
Pero no me mal entiendan. De sobra está probado que el momento ideal para iniciar el aprendizaje es durante la niñez. El cerebro en desarrollo es tierra fértil para sembrar conocimientos que el niño o la niña asimilarán, interiorizarán y utilizarán durante toda su vida.
Sin embargo, la prematura inmersión en actividades deportivas, en el aprendizaje de múltiples idiomas, en la memorización de nombres de países y capitales, más parece una competencia en la que los padres desean exhibir un trofeo, que el genuino compromiso de abonar y arar los delicados surcos del alma de un niño.
Con absurda obstinación, proyectamos en nuestros niños y niñas nuestras aspiraciones incumplidas: ser el primero de la clase, ser políglotas, tocar uno o varios instrumentos. Y nuevamente, nada hay de malo en estimular las jóvenes mentes en formación y promover la disciplina; lo malo es cuando detrás de esos estímulos ignoramos o desestimamos los deseos del niño, y supeditamos su identidad y carácter a la tiranía de lo funcional —privilegiamos el saber hacer sobre la exploración y comprensión del ser.
Enhorabuena por aquellos padres, madres y cuidadores que invierten en el aprendizaje de sus hijos e hijas, pero el aprendizaje no solo debe nutrir la mente. Los niños no son aparatos en donde cargamos —cual memoria de dispositivo digital— un set de conocimientos. Los niños y niñas son personas que a través de la experiencia aprenden a expresar sus emociones, perfeccionan las reglas de la sana convivencia y en ella desarrollan su personalidad, su autoestima e identidad.
Valdría la pena que en la agenda de aprendizaje integráramos los valores, el ejercicio de las capacidades de amar, perdonar, ayudar, perder y ganar. Solo así, nos aseguraremos que a futuro, tanto en la vida académica como en la profesional y la personal estemos frente a hombres y mujeres emocionalmente sanos e inteligentes, capaces de vincularse con los demás sin comprometer su integridad o la de sus semejantes.
Solo si revestimos de las motivaciones correctas el proceso de aprendizaje, nos aseguraremos de criar a una generación de individuos que vean en la solidaridad y la colaboración una fortaleza, en el caer y en el errar una oportunidad y en el diálogo y el escuchar las herramientas primordiales para avanzar.
La autora es Directora Sénior de Public Engagement de World Vision Latinoamérica
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