La obsesión del control
Leiner Vargas [email protected] | Martes 29 marzo, 2011
Reflexiones
La obsesión del control
Vivimos en un país donde tomar decisiones en la esfera de la gestión pública se ha vuelto una odisea. Hemos puesto tal nivel de trabas, controles, permisos y barreras para decidir, que al final del camino las acciones llegan tarde y en buena parte de los casos, decisiones que son de sentido común terminan siendo un sinsentido. Ciertamente, buena parte de las normas, reglamentos y controles se han puesto con gran voluntad y buenas intenciones, pero dichos controles en manos de abogados, tecnócratas de cabeza dura y, más recientemente, periodistas de amarillo, hacen prácticamente imposible que los tomadores de decisiones se atrevan a definir a tiempo y con tino sus agendas.
El costo de lo anterior son plazos más largos para obras y servicios que no llegan a tiempo o simplemente no llegan a ser una realidad para la ciudadanía.
Pasamos tan ocupados en encontrar el pelo en la sopa de los demás, que prácticamente nos olvidamos del sentido estratégico que tiene la esfera pública. En las universidades, por ejemplo, no pocas veces nos ocupa y preocupa más el corto plazo, el día a día, tanto que ponemos más importancia a que el proyecto esté en el formato tal o cual, que las firmas de uno y de otro, que el presupuesto bien clarito y detallado, los controles a las compras bien definidos, las autorizaciones de viajes, viáticos, activos, reactivos, etc. Al final del día; descuidamos lo estratégico de lo que hacemos, si se cumplieron o no los objetivos, metas y compromisos de desempeño y calidad, si efectivamente la labor realizada en docencia, investigación, extensión o producción fue de impacto para la ciudadanía.
Un estado o institución donde el control se ha vuelto un fin en sí mismo no puede producir bienes ni servicios con calidad. El costo financiero y económico de la gestión en este “descontrol público”, es decir, el control sin sentido de mejora estratégica y ajeno a toda proporcionalidad es la ingobernabilidad, la desidia y la pérdida de entusiasmo y acción de la esfera pública. En una democracia madura, la mayor fuerza de control la ejerce la ciudadanía activa, la rendición de cuentas participativa y el ejercicio de valoración pública de los resultados. El costo de transacción en lo público supera muchas veces el valor económico de la obra o servicio público que se brinda, de esa forma es imposible competir en un mundo global. Hagamos un alto en el camino y desatemos el nudo que impide que las buenas intenciones y el sentido común sigan chocando de frente contra el control absurdo y sin sentido. Fortalecer la democracia y redefinir los roles de quienes hoy absurdamente entorpecen el accionar público, requiere una reforma sustantiva de nuestra institucionalidad, empero, lo más importante es cambiar nuestra cultura ciudadana y favorecer el autocontrol ciudadano en vez del sin sentido control en que vivimos.
Leiner Vargas Alfaro
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