La controversia del Cofal
Marilyn Batista Márquez [email protected] | Viernes 10 enero, 2025

Soy de la generación que vi a mi abuelo y abuela, padre y madre utilizar Vick VapoRub para la congestión nasal, tos y dolores musculares del resfriado. El olor a mentol y eucalipto que impregnaba el producto quedó en mis recuerdos de manera agradable, sin parecer extraño consumirlo, porque desde pequeña me lo aplicaron para calmar el dolor de oídos. Mi madre, como remedio casero, lubricaba una hoja de yerba buena con el ungüento y me lo colocaba detrás de la oreja.
A lo largo de mi vida lo seguí utilizando para mis recurrentes dolores de oídos (lamentablemente sin la hojita de yerba buena), y cuando llegué a Costa Rica, hace más de treinta años, al no encontrar la marca estadounidense, Cofal se convirtió en el remedio eficaz para aliviar dolencias leves de mis tres hijos y mías. Comencé a utilizarlo para aplacar mi rinitis alérgica, embadurnándome (en las noches) la frente, pecho, garganta y hasta la nariz.
Este tipo de producto lo asocio, a lo que en mercadeo catalogaríamos como dos grandes audiencias, menores de edad y adultos mayores. Pero sucedió algo interesante que hizo percatarme que los jóvenes también lo usaban. Resulta que una compañera de trabajo de nombre María José (ojalá y lea esta columna) me comentó -a modo confesionario- que ella no podía dormir si no se ponía Cofal o Zepol debajo de los pies. “Mi mamá me lo untaba desde que era pequeña y no puedo dejar de usarlo, porque no duermo”. Eso me lo dijo cuando tenía 26 años de edad, iba a salir a acampar con su novio y le daba vergüenza tener que sacar el frasco delante de él y ponerse el ungüento mentolado en los pies.
Fue en Costa Rica donde aprendí la frase “bufanda, control y Cofal”, cuando alguien se dirige a su hogar y antes de dormir quiere abrigarse, relajarse viendo televisión y ponerse el ungüento en la frente, pecho, manos o pies, como preámbulo al logro de un sueño confortable. Nunca oí hablar en forma despectiva de Cofal, vinculándolo a ser viejo u obsoleto, hasta que el principal líder político de nuestro país suscitó, con sus comentarios, la controversia del Cofal.
Toda la narrativa descrita en los primeros párrafos de este texto responde a la genuina intención de aclarar -en primer lugar y por experiencia propia-, que los usuarios de Cofal no olemos a Cofal, porque siempre lo utilizamos en las noches y cuando nos levantamos en la mañana nos bañamos muy bien, para eliminar los residuos del producto, aunque reconozco que nuestra cama sí queda con olor mentolado. Clarifico que Cofal no huele a sebo de carnero, que es uno de los principales componentes que se utilizan como ungüento para curar dolores, catarros y dislocaciones de huesos. Este producto tiene como ingredientes menta y eucalipto, que son plantas de olor agradable, hidratantes, antibacterianas y refrescantes, por lo tanto, es imposible dejar una oficina apestosa por causa del producto.
En segundo lugar, los que usamos Cofal, estamos en un rango de edad de recién nacido hasta los 83 años (o hasta los 100 años si reside en la zona azul de Nicoya), entonces, es falso que sus consumidores son los viejos (acabados, desechados, apolillados, etc.) …y si así fuera, pues a mucha honra, porque somos 576.017 ciudadanos con derecho al voto, muchos de ellos con capacidad de ser ministros y diputados; algunos con suficientes méritos para ser presidente o presidenta de la República.
Y en tercer y último lugar, -y aquí viene la moraleja- aprendamos a ser menos imprudentes. La falta de prudencia, sinónimo de irresponsabilidad, negligencia, atrevimiento, indiscreción, insensatez, necedad y disparate, nos puede llevar a debates como éste, aunque, como escribió Mathias Malzieu, en el libro La mecánica del corazón: “No hay nada más divertido que la imprudencia”.
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